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La chica de las gafas de pasta y el blog que no quería serlo

Al final del túnel

Al final del túnel

Es de sobras conocido que quien más sabe de libros en el micromundo de Blogia es el Pequeño Iconoclasta. Así pues, quienes como yo no hayáis leído El Túnel de Ernesto Sábato podéis mirar  este post y ya, si os atrevéis, fiaros de lo que dice.

Yo sólo pretendo comentar la adaptación teatral de El Túnel que se representa estos días en el Teatro Principal de Zaragoza. Como casi siempre ocurre en este blog, y sabiendo además que la crítica (cinematográfica o teatral) no es uno de mis géneros periodísticos favoritos, haré lo que buenamente pueda. Y ya sabéis, como siempre: crítica constructiva, por favor

Héctor Alterio mueve masas. Cuando hace un par de años dio vida a Claudio, el público zaragozano le concedió una ovación larga, cálida, entregada. La ovación más impresionante de todas cuantas he visto en el Principal, y eso que dicen que Zaragoza no es plaza fácil.

"Yo, Claudio" llegaba a la ciudad avalada por la crítica y el público. El cartel de la función, en la que aparecía el protagonista sobre un fondo tan azul como sus ojos, levantó gran expectación, y hubo lleno en casi todas las sesiones. Estrenada en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, "Yo, Claudio" tenía otra baza a su favor: la exitosa serie televisiva que se había adaptado del mismo texto de Robert Graves. Era, en definitiva, una función atractiva, con un texto más o menos conocido por el gran público y un cartel con un protagonista de primerísima fila.

Sin embargo, El túnel, no cuenta con ninguna de estas bazas a su favor. Aunque Alterio nunca decepciona, la obra no es tan conocida y el tema es  muy complejo. El túnel narra cómo el pintor Juan Pablo Castel asesinó a su amante, María Iribarne, que contaba con el privilegio de ser la única mujer que comprendió su obra.

Dicen quienes han leído la novela que no se refleja en la adaptación teatral la dureza y la frialdad de los personajes ni en sus actitudes ni en sus parlamentos. Héctor Alterio, encarnando al pintor Castel,  da vida de forma magistral a un individuo obsesivo, paranoico y hasta peligroso, que no soporta la idea de amar y ser amado, y que no hace más que justificar su deseo de soledad a través de infames teorías y sospechas sobre su amada. Quizá es ella uno de los grandes problemas de la obra. Rosa Manteiga, que da vida a María, se presenta como una muñequita caprichosa y persuasiva, no como una amante que día tras día ve minada su confianza y su relación. La actriz, sin embargo, no acaba de dar el salto interpretativo que, escena tras escena, le propone Alterio. Desacertada en el vestuario y en el registro, no consigue dar profundidad a su personaje.

Los otros personajes que, en teoría, ayudan al protagonista a contar la historia son Allende y Hunter, esposo y cuñado de María (a los que da vida Paco Casares, correcto en sus interpretaciones) y la criada y la prima de los señores Allende (a quienes Pilar Bayona también pone en escena con corrección). No sé hasta qué punto son necesarios esos secundarios, al menos tal y como se nos presentan. Dice el autor que intentó dar ciertos matices de comicidad a una obra que, en su mayor parte, es profundamente triste, y que, quizá, hubiera sido más correcto adaptar en forma de monólogo. Las escenas finales dan al espectador una idea de cómo hubiera sido El Túnel contado únicamente por el gran Alterio.

Pero quizá es una estrategia de mercado. Anoche, quienes asistieron a la función se reían en momentos de la obra verdaderamente dramáticos, empujados, imagino, por la locura que parece estupidez en las discusiones de la pareja. En definitiva, El Túnel, esa dura novela, se acaba convirtiendo en un drama que avanza a saltos, y que desilusiona ligeramente al espectador por su puesta en escena.

El texto, por otro lado, es profundamente conmovedor y da lugar a la reflexión. Un pequeño análisis a posteriori deja entrever la profunda soledad, incomunicación e incomprensión en la que vive Juan Pablo Castel y que es perfectamente extrapolable al individuo contemporáneo.

Claudio, el emperador que se creyó Dios, no era más que un viejecito chiflado al acabar la función. Pero Juan Pablo Castel puede ser, cualquier día, uno de nosotros, y a lo mejor eso también contribuyó a que el aplauso del público fuera mucho más frío anoche.

Quizá no lleguemos a matar -afortunadamente casi nadie lo hace- pero sí vivimos en un mundo solitario y cobarde que, de forma inexplicable, nos hace seguir luchando por sobrevivir. En palabras de Ernesto Sábato, "las desilusiones, la miseria humana, el fracaso, la deslealtad, todo eso es cierto, y sin embargo nada nos amedrenta, y seguimos luchando, después de todo y a pesar de todo. Como si estuviéramos sostenidos por una paradójica metafísica de la esperanza".

3 comentarios

Hoplita -

Mira que lo intento/
sabes lo llevo muy dentro/
Ni veo el momento/
Ni se siesque me lo invento/
POrque no puedo dormir,
porque no se que decir...

Un Hector Alterio sublime, como siempre, nos demostro dos cosas ayer: que puede hacer una inmejorable puesta en escena de una deslucida adaptacion y que Zaragoza no esta a la altura de determinadas complejidades.
Las momentos comicos eran de tal indole por lo tragico de la situacion del protagonista, paradigma del eterno perdedor hecho a si mismo por plena conviccion que es incapaz de admitir que es amado porque él no se ama a si mimo.
Estupenda critica Cris. Tiembla federikito.

pequeño iconoclasta -

muchas gracias por citarme!
es curioso, firmaría casi todo lo que escribes arriba; sin embargo, a ti te gustó la obra y yo me hubiera salido del teatro.
en fin, ahora me pongo con la mía. seguro que a alguno le van a pitar los oídos.

lili -

Muy bien pensado y escrito...¡bravo!